domingo, 25 de enero de 2009

TRABAJOS DE UTILIDAD PÚBLICA: Las vecindades de TUP con las artes visuales contemporáneas


¿Cómo hacemos lo que hacemos? Aquella pregunta y el texto expuesto a continuación son parte de la participación de TUP en el Proyecto TLC.
[1]En ellos creemos se evidencia la simultaneidad y reciprocidad de la pregunta sobre el hacer y el hacer (compartido) como modo de interrogación que activan la deriva de TUP.
Entonces TUP sería, antes que todo, un modo de operar que únicamente preestablece la yuxtaposición de conversación y acción, potencias de agenciamiento, que crean y efectúan los espacios de una práctica en que se articulan entidades, es decir, en que aquellas se constituyen en la medida en que actúan e interactúan. Así, su relato es para nosotros la vía de acceso a una rica experiencia de cruces e hibridaciones que delimitan las condiciones tanto para devenir como para constituir; para producir, de modo ambivalente, el sentido y la identidad de lo artístico y la comunidad; para la producción de lo común y lo singular.


Si bien nuestra práctica aparece bajo la autoría de Trabajos de Utilidad Pública (TUP), este nombre, no tiene por intención designar la labor de un colectivo, ni la de una agrupación o la de una asociación de ningún tipo, en el sentido convencional de una entidad autorial de una “obra”. Más bien, TUP intenta dar nombre a cierta movilidad, a cierta dinámica, dada por decisiones tomadas en un camino en recorrido, que ocurren en un lapso, que tienen por ahora un inicio y que visibilizan sólo nuestra intención de construir-operando. Es lo que llamamos una zona de trabajo.

Nos parece significativo compartir la atención que ponemos a nuestro quehacer como zona de trabajo, el hacer plástico-visual de esta zona, porque creemos que allí se encuentran algunas luces que permitirían pensar luego la comunidad, la colectividad, la vecindad, la relación de uno y los otros.

No tenemos un estatuto ni un manifiesto que indique la ruta, nuestro campo disciplinar es diverso como también nuestros intereses. No fuimos ligados por la universidad, solo hemos mantenido a lo largo del tiempo, el que nos conocemos individual y grupalmente, muchas conversaciones, espaciadas y discontinuas, nunca le hemos puesto el acento a ninguna en particular, nunca hemos planeado nada para hacer de o con ellas algo, solo hasta ahora, construir esta zona de trabajo.

Hemos trabajado en lo que por ahora llamamos “intervenciones plásticas del espacio público”, instalando una deriva grupal, impulsada por las preguntas que ese enunciado sugiere, instalando la conversación como ejercicio plástico.

Un acontecimiento largamente conversado fue el del gesto plástico de varias casas que en sus entradas y sobre los pilares de sus rejas fijaban esferas que las coronaban, coloreadas con rojo y negro, el dibujo de bajo relieve de sus cascos, dejados por el molde de una pelota plástica vaciada con cemento.

La imagen ligada a la dinámica que generó, la apropiación del gesto y la proliferación en el barrio de otras pelotas con otros colores y de otros deportes, inclusive la del mundo, pelota plástica que tiene bajo relieve la forma de los continentes, hizo que fijáramos la atención y el deseo en emprender una deriva movilizada por preguntas sobre el Hacer en ese barrio, otra deriva de la primera concepción del conversar, ahora en tanto una conversación entre hacedores.

Trabajamos en dos asentamientos urbanos: la villa Jaime Eyzaguirre y la villa Simón Bolívar, ubicadas en la comuna de Macul y Peñalolén respectivamente y separadas por la Av. Américo Vespucio, actualmente Autopista Vespucio Sur y la Línea 4 del Metro de Santiago de Chile.

La primera fue un asentamiento programado desde las políticas habitacionales del Presidente Eduardo Frei Montalva en los años sesenta. La Población Simón Bolívar (llamada inicialmente “Guerrillero Manuel Rodríguez”) fue un asentamiento programado por movimientos de pobladores bajo la operación “toma de terreno”.

Fijar un punto de inserción, la fachada de esas casas, era un asunto táctico que consistió en considerarlas piezas visuales altamente expresivas, realizadas por sus moradores. También, que eran el resultado de la reflexividad de la ciudad en la calle como mosaico de singularidades domiciliarias y que cada una de ellas era la palabra materializada que daba a la calle, vale decir, de lo privado a lo público. En cada fachada estaba en juego la historia del modo de habitar de sus moradores, que literalmente, daban la cara al entorno, poniendo su particularidad en la escena pública.

Permitía saber de la diseminación del deseo vecinal en esas villas, era ubicarse en la membrana que filtra y exhibe los residuos de sus habitantes, en tanto huellas de lo movilizado.

Era saber de hombres y mujeres que han venido construyendo sus viviendas desde finales de los 60 y comienzos de los 70, unas en Operación Sitio en los planes de autoconstrucción y otras a partir de la toma, acto realizado en este caso, por los maestros de la CORVI que durante los 70 terminaban de construir parte de la Jaime Eyzaguirre y que vieron en los terrenos aledaños la posibilidad de dar vivienda propia a sus familias.

Era saber de procesos, de construcción, del levantamiento de un territorio, era entreleer en las huellas de las decisiones tomadas, era saber de dibujo, ese saber que se sabe haciendo, porque para saber de dibujo hay que dibujar, de una o de otra manera ficcionar un momento, construir un escenario que permita un choque entre materiales y en ello leer, a través de los residuos de ese choque, aquella fantasía que desborda hacia el infinito, viaje que nos relaciona, que nos ubica en un mismo flujo.

Dibujar es leer y chocar al mismo tiempo, quizás así pueda entenderse la escritura, poner en escena un estado de las cosas, describir poéticamente ese instante, esas cosas, ese choque, esa lectura, ese gesto, esa luz, esa textura en ese impacto escriturario.

Provocar un choque del que se desprenda la mayor cantidad de esquirlas y la mayor cantidad de destellos, luz que ilumine zonas, no las de la Villa en su dimensión concreta, sino las de nosotros (TUP) y sus habitantes.

Provocar el encuentro era ponernos a cada uno de nosotros en la misma situación, estar allí con lo puesto, era decir cada uno con lo suyo, donde cualquier desprendimiento, de cualquiera de nosotros, producto del roce de caminar dichos lugares constituiría huella de nuestro trabajo, discontinua y esporádica, como la línea, luz, textura de nuestro dibujo, un dibujar que ya se abría a las multiplicidades que disuelve la frontera entre lo nuestro y lo de ellos.

Cada táctica emprendida, cada decisión tomada era constitutiva de trama, al mismo tiempo que relacionaba, dirigía la energía constructiva, haciéndose visible como huella de la decisión tomada a través de la cual podíamos tener contacto real con los otros.


La invitación a realizar una intervención plástica en el espacio publico, ha sido una invitación a realizar arte, o sea a ponerse en camino de una práctica, preguntarse todo, todo el tiempo con acciones, actos concretos (poner el cuerpo como objeto de trabajo) y en ello, con lo levantado por el roce y su fricción, iluminar las formas de ese hacer individual-colectivo vecinal, hacerlas rendir en tanto trabajo plástico, realizado por pobladores, un dibujo puesto en acto por TUP que repara en el hacer cotidiano de esas villas como otro dibujo, el dibujo de sus vidas. Porque hemos considerado que confundirse no está mal ni bien, porque si, “en sí”. Cuando se está confundido, no podemos juzgar si está bien o mal, sino es por sus implicancias, de las que es difícil saber durante la confusión. Casi siempre son las consecuencias de vivir una confusión: quién se confunde, con qué se confunde, en qué contexto.

Cuando hoy escuchamos que “cualquier cosa es ARTE”, cerca escuchamos (se diga o no en frente nuestro) “es pura confusión”. ¿Por qué venir a un asentamiento urbano, como la Villa Jaime Eyzaguirre en Santiago de Chile, y proponerles a sus habitantes traer relatos de su habitabilidad, podría ser un gesto plástico? Proponemos que este acto, y sus consecuencias, habitan la confusión contemporánea, y hemos querido visualizarlo, hacerlo visible en el propio gesto, un gesto que haga visible la confusión y la habitabilidad del mundo.

Un vistazo a nuestro quehacer. El 2005 vinimos a conversar con los vecinos de la villa sobre su llegada a este lugar, sobre su biografía marcada por ser vecinos de la Jaime Eyzaguirre, trajeron fotografías de hace treinta y tantos años para atestiguar una trayectoria, una partida y su recorrido. Hicimos visible ese deseo, esa trayectoria: traiga su foto, fue el título de tantas actividades asociadas al gesto de visibilizar.



Vino la confusión: “lo que dice tal, no es tal cual”; “falta contar que”; “esa es una parte de la historia”; “hay cosas que no se dicen”; en fin. Decidimos orientarnos oficiando de archiveros, no hay archivo completo, no hay mejor homenaje plástico a la incompletud que un archivo. Abrimos el Archivo Jaime Eyzaguirre (Archivo J.E ): en un container, pusimos a viajar relatos de llegadas y estadías, pusimos a circular historias del vecindario, contra viento y marea, supimos de relatos que han tejido esta vecindad, contra viento y marea se han hecho plásticamente audibles, a pesar de piratas y reyecillos.

Hay una notable diferencia entre lugar y espacio, según Michel de Certeau. El lugar es orden, el espacio ordenamiento. Lugar es el que nos toca ocupar, espacio el que ocupamos. Lugar es el que ya estaba, espacio el que está siendo. Por el lugar nos preguntan ¿Cuál es su lugar? Por el espacio hacemos “Hagan, hagamos espacio”. Quizás sean otras de las dos caras de otra de las tantas monedas con la que el pensamiento occidental negocia el entendimiento. Aún así, cobra sentido la diferencia entre espacio lugar en nuestro trabajo de Archivo J.E.

Porque este Archivo se hace espacio en la vida cotidiana de sus vecinos, dibuja el territorio con las trazas de lo vivido para contarlo, pone a contraluz cada voz en el lienzo tendido por el ir y venir de todo vecindario. Este Archivo, ha iniciado más el gesto de archivar que el objeto archivado, gesto archi vivo de poner en acto la permanente posibilidad de sentido que abre un “yo les voy a contar”. Apertura que tiene lugar haciéndose espacio entre los domicilios (lugar privado), poniendo en circulación las palabras que trazan el espacio del entremedio que hace lo común: ni tuyo, ni mío (privado); nuestro.

Este espacio común es el que concebimos como el acontecimiento en permanente construcción. Como las viviendas para sus moradores-constructores: nunca terminan de construirse, siempre se le están sacando detallitos. Permanente construcción que le atribuimos a lo común del espacio, permanencia que nos interesa en su dinámica presentacional, justo dónde no representa nada por hacer presencia.
En tal sentido adquiere para nosotros un carácter plástico, que puede operar sobre el campo de las artes visuales por su carácter audible, de hacer visible la escucha, de poner en acto el hacerse espacio entre medio, ni aquí ni allí (lugares) sino ganándonos por ahí. Quizás esa sea una de las gracias de la vecindad, ni artístico ni constructor, el gesto plástico que invocamos es vecino a ambos, se hace espacio entre ambos, como lo hacen los sentidos del vecindario.


Se ha dicho[2] que desde los años setenta del siglo pasado, ha venido emergiendo cierta corriente de actividad artístico-visual llamada “arte público” (por cierto, es la traducción con otros sentidos del inglés public art). Que luego de la decadencia de la estatuaria, de la disolución de la función ornamental de la arquitectura, así como del paisajismo urbano, ha venido a provocar la circulación de sentidos que adquiere la vida en común que llevamos en la ciudad. Nosotros compartimos con Francesco Careri[3] que el primer gesto plástico de la humanidad fue caminar: fundó el paisaje, creó la ciudad como primer trazado que sabía hacerse espacio.

Puede ser que los derroteros de la praxis artístico-visual se hayan extraviado, pero el gesto plástico de hacerse espacio, como construcción, como trazado, como caminar, siempre se ha vuelto a encontrar. Quizás la confusión de tales extravíos, han permitido saber que seguimos caminando, que allí ocupamos el mundo haciéndonos espacio en él, y que la confusión sinéstesica entre ver y oír, quizás sea el vecindario dónde sea posible la plasticidad del habitar, el dibujo del que emerge cada historia del habitante, en el que habitar acontece como la emergencia plástica de la vecindad.

* TUP está integrado por: Leonardo Ahumada/diseñador. Cristian Ayala/fotógrafo. Patricio Castro/artista plástico. Pablo Cottet/ sociólogo. Alexis Llerena/creador audiovisual/artista plástico. Pablo Lobos/arquitecto/dibujante. Claudio Rodríguez/artista plástico. Gonzalo Vargas/creador audiovisual. Enrique Venegas/ arquitecto.

Sitio Web: www.tup.cl


Notas


[1] Tráfico Latinoamericano Concepción constituye una plataforma web dispuesta para generar intercambios y contactos entre artistas, organizaciones e iniciativas vinculadas a la práctica artística contemporánea en Latinoamérica. Para mayor información sobre el proyecto y la participación de TUP en esta iniciativa, visitar el sitio web: www.proyectotrafico.org

[2] Javier Maderuelo (ed.) Arte público: naturaleza y ciudad, Ediciones Fundación César Manruique, Madrid, 2001.

[3] Francesco Careri: Walkscapes, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2002.

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